Resumen C: Desinformación en la era digital

Una amenaza compleja para las democracias

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Relevancia

Internet y el desarrollo digital propician múltiples avances y beneficios económicos y sociales.   También un nuevo contexto social e informativo que ha favorecido una amplificación sin precedentes de la desinformación y sus efectos, convirtiéndola en una desatacada amenaza para los sistemas democráticos. Se trata de una cuestión de seguridad nacional que alcanza niveles críticos en situaciones de gran relevancia social, como crisis sanitarias, conflictos bélicos o los procesos electorales. Puede repercutir negativamente sobre bienes públicos como la salud y erosionar los procesos e instituciones democráticos, así como algunos derechos fundamentales, como el de información. A la vez, su gestión es compleja, ya que algunos de estos derechos, como la libertad de expresión, podrían verse restringidos si no se actúa con la cautela y precisión necesarias. La ciudadanía se muestra mayoritariamente preocupada por la cuestión, a la vez que existen síntomas claros de su indefensión. 

Este informe ahonda en las causas e impactos del fenómeno, así como en los mecanismos que pueden ayudar a combatirlo.

La desinformación

De acuerdo con la Comisión Europea, la desinformación se refiere a la información verificablemente falsa o engañosa que se crea, presenta y divulga con fines lucrativos o para engañar deliberadamente a la población, y que puede causar un perjuicio público. Puede perseguir lucro económico, tener fines ideológicos y electoralistas o atender a intereses geopolíticos. De hecho, la desinformación es parte del conjunto de acciones propias de las “amenazas híbridas” mediante las que terceros países tratan de explotar las vulnerabilidades de la Unión Europea. Además de instigadores internacionales, existen también instigadores nacionales como grupos de interés por razón ideológica, religiosa, económica u otros, cuyo perjuicio puede ser equiparable. 

En la práctica, adopta múltiples formas y no es siempre sencilla de identificar. Bajo amplias narrativas, muchas de alcance internacional, la desinformación construye relatos que sustituyen la verdad por verosimilitud y entremezcla contenidos falsos y veraces. Son flexibles, por lo que se adaptan localmente y a la actualidad informativa para impregnar cualquier tema de relevancia social, incidente o confrontación que pueda emerger. Para tener éxito, no necesariamente necesita generar falsas creencias, es suficiente con provocar confusión, desconfianza, dividir y amplificar sesgos y prejuicios. Persigue así cambios de fondo o estructurales en la esfera pública más que resultados inmediatos en torno a una noticia falsa concreta. Los instigadores se apoyan en técnicas como el uso de la atracción afectiva, de visiones simplistas e incompletas, en la simple repetición o en la utilización de la inteligencia artificial, como en el caso de las ultrafalsificaciones, para aumentar su efectividad. En España, entre los principales temas objeto de desinformación, se encuentran la política y los procesos electorales o algunos desafíos sociales como la migración. 

En el foco

Las causas y efectos de la desinformación ahondan en el nuevo contexto informativo, fuertemente mediado por internet, y en el conjunto de factores geopolíticos, económicos y tecnológicos, sociales e individuales, que modulan la relación con la información tanto dentro como fuera de la red. Se trata de un fenómeno multifacético, multifactorial e inmerso en una serie de dinámicas que se solapan y se refuerzan mutuamente, donde no siempre es posible establecer relaciones causa-efecto inequívocas. Aunque la comunidad experta se muestra de acuerdo en los riesgos, la complejidad del fenómeno dificulta un análisis integral del impacto de la desinformación.

Las redes sociales, servicios de mensajería y grandes plataformas digitales han modificado la forma en la que la información fluye y llega a la ciudadanía. Por un lado, propician una explosión informativa de diferentes calidades que dificulta la identificación de contenidos veraces y genera incertidumbre. Por otro, constituyen la principal fuente de información y a la vez difuminan el flujo informativo: cualquiera puede generar contenido, difundirlo y compartirlo. En esta desintermediación, los intérpretes clásicos de la realidad, como medios periodísticos, la televisión o élites políticas, pierden relevancia. A pesar de ello, estos mantienen un papel decisivo en la amplificación de la información falsa o verdadera que circula por internet y, por tanto, de su impacto.

Entre las múltiples dimensiones interrelacionadas, la comunidad experta señala la importancia que la evolución del marco geopolítico tiene en el uso creciente y, de forma cada vez más eficaz, de las operaciones de desinformación como herramienta de desestabilización por parte de algunos países. En clave sistémica, destaca también una disminución de la confianza en las instituciones democráticas. La pérdida de bienestar económico y social, el aumento de la desigualdad o la insatisfacción, entre otros aspectos, pueden actuar como grietas que refuerzan la vulnerabilidad de los estados y sus sociedades ante la desinformación. Los medios de comunicación periodísticos, con estructuras profesionales debilitadas y una confianza ciudadana mermada, pierden eficacia como freno a la amenaza. En el plano más social, el marco de la posverdad, la creciente polarización afectiva y la circulación de teorías conspiranoicas favorecen la fragmentación social y reinterpretan la relación de la sociedad con la falsedad y la veracidad: en su extremo puede encontrarse la negación de la evidencia objetiva y la aceptación de la mentira. A nivel personal, estas realidades convergen con múltiples factores que, como los sesgos cognitivos y algunos factores socioafectivos, pueden predisponer a los individuos a creer y diseminar la información falsa. En conjunto configuran una fuerte resistencia en las personas para corregir las creencias erróneas o aceptar la falsedad de la información que resulta afín.

Finalmente, la dimensión tecnológica viene definida por la parte del modelo de negocio digital que dificulta la neutralidad y pluralidad de la información que reciben los usuarios. Este modelo persigue captar la atención del usuario para monetizarla con publicidad, para lo que aprovecha los avances de la inteligencia artificial y el análisis masivo de datos que sustentan las plataformas. Destacan, entre ellos, los sistemas algorítmicos de cribado o la publicidad y la propaganda personalizada y dirigida. Se trata de herramientas con gran capacidad para amplificar el impacto de la desinformación. Especialmente, preocupa la falta de transparencia algorítmica, ya que limita la comprensión de su papel al respecto. Además, la falta de conocimiento en torno al flujo de información falsa en las redes de mensajería privada o los rápidos avances en el uso de la inteligencia artificial por ejemplo a través de bots o los deep-fakes para desinformar completan el desafío tecnológico.   

Horizonte

La comunidad experta recalca que el tratamiento de la desinformación requiere de la combinación y coordinación de múltiples instrumentos y medidas para mitigar sus efectos a corto plazo y para diseñar estrategias que permitan combatirla de forma estructural a largo plazo. Así, apela a la responsabilidad y cooperación de todos los agentes, desde las instituciones y actores políticos e informativos, hasta las grandes plataformas digitales y comerciales, para no explotar la incertidumbre y la desinformación e incorporar, como moderadoras, medidas para frenarla. El objetivo general es la resiliencia y la alfabetización mediática y digital del conjunto de la sociedad. Para lograrlo, las políticas públicas pueden apoyarse en un amplio conjunto de medidas que refuercen el papel de los principales agentes implicados y de la propia ciudadanía, incluyendo la acción regulatoria. 

Las instituciones democráticas afrontan el desafío estructural de fomentar un diálogo con la ciudadanía que refuerce la confianza y se adecue al nuevo contexto informativo. Se apunta también al fortalecimiento de la función periodística, potenciando sus capacidades y medios, independencia, transparencia y pluralidad, como medida para mitigar de la desinformación. Además, las agencias de verificación juegan un papel importante y positivo para la sociedad a través de la vigilancia y refutación de la información falsa, papel que además puede ser reforzado por otros actores.

La resiliencia ciudadana a la desinformación puede reforzarse mediante planes de alfabetización mediática. Existen múltiples propuestas al respecto y la psicología avanza en el desarrollo de mecanismos efectivos para neutralizar la desinformación a nivel individual. A nivel social, destaca el fomento de un marco ético que oriente el comportamiento de las personas o cualquier agente relacionado hacia el rechazo de la desinformación y que promueva el rediseño de las arquitecturas propias de redes sociales y plataformas digitales para dificultar el flujo desinformativo. 

Las políticas y el marco regulatorio europeos promueven medidas orientadas a defender y reforzar la democracia y consolidar mecanismos que combatan la desinformación de forma sistémica, desde la atribución de responsabilidades a las grandes plataformas digitales o la desmonetización, hasta la extensión de la pluralidad y libertad de medios y la moderación de la contienda electoral online. Recientemente, ha entrado en vigor la Ley europea de servicios digitales que destaca por señalar responsabilidades concretas en torno a la desinformación en el ecosistema digital, entre otros aspectos. De hecho, las grandes redes sociales y plataformas digitales juegan un papel moderador esencial en el flujo desinformativo, por lo que han de considerase aliadas necesarias en la lucha contra la desinformación. Aunque han emprendido múltiples medidas para combatirla, la comunidad experta aun señala importantes desafíos en este aspecto destacando, por ejemplo, la necesidad de una mayor transparencia.      

Mientras España avanza con el marco europeo, la comunidad experta hace hincapié en la importancia de consolidar una estrategia nacional que integre las múltiples dimensiones de la desinformación y vertebre el desarrollo de políticas públicas en la materia. Esta incluye, entre otros aspectos, un plan de alfabetización mediática y digital. Al mismo tiempo, son elementos esenciales en todas las actuaciones la cooperación de los sectores público y privado, y con la sociedad civil, la transparencia y rendición de cuentas y la cooperación internacional. 

Ideas fuerza

La era digital permite una amplificación sin precedentes de la desinformación y otros desórdenes informativos que supone un importante riesgo para las democracias.

El tratamiento de la desinformación es un reto porque debe proteger a la ciudadanía y ampliar sus derechos sin restringir otros como la libertad de expresión o el derecho a la información veraz.

El éxito de una campaña desinformativa no necesariamente recae en generar falsas creencias, sino en generar confusión, desconfianza, dividir y amplificar sesgos y prejuicios. Para ello, los instigadores suelen explotar componentes afectivos y sustituir verosimilitud por veracidad. Persigue cambios estructurales en la percepción ciudadanía más que efectos concretos a corto plazo.

La desinformación en la era digital se ve favorecida por un entorno en el que la intermediación clásica y el flujo informativo se difuminan: cualquiera puede generar contenido, difundirlo y compartirlo. Esto genera una explosión informativa de diferentes calidades que dificulta la identificación de contenidos veraces generando incertidumbre.

La desinformación se explica en un contexto sociopolítico en el que la crisis de confianza democrática, la situación geopolítica, los factores sociales y psicológicos y el propio modelo de negocio digital, apoyado en tecnologías poco transparentes y en constante evolución, tienen un papel muy relevante.

Aunque existe consenso en torno a los riesgos y la necesidad de poner en marcha mecanismos para combatirlo, la complejidad del fenómeno dificulta un análisis integral del impacto de la desinformación.

Se apela a la responsabilidad y cooperación de todos los agentes (políticos, informativos, comerciales) para no explotar la incertidumbre y la desinformación.

Las instituciones democráticas y sus garantes deben fomentar un diálogo con la ciudadanía que refuerce la confianza y se adecúe al nuevo contexto informativo.

Las medidas para combatir la desinformación tienen como objetivo final la resiliencia y la alfabetización mediática y digital del conjunto de la sociedad.

El marco europeo promueve medidas orientadas a defender y reforzar la democracia ante la desinformación y consolidar mecanismos que la combatan de forma sistémica, desde la atribución de responsabilidades o su desmonetización hasta la extensión de la pluralidad y libertad de medios y la moderación de la contienda electoral online.    

Los nuevos desarrollos en inteligencia artificial pueden suponer un antes y un después para la desinformación. Aunque intensifican el alcance y peligro que supone también ofrecen nuevas oportunidades para detectarla y combatirla. 

Personal experto, científico e investigador consultado*

  • Arteaga, Félix. Investigador Principal, Real Instituto Elcano, España.
  • Arroyo Guardeño, David. Científico Titular, Instituto de Tecnologías Físicas y de la Información “Leonardo Torres Quevedo”, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, España.
  • Badillo Matos, Ángel. Investigador Principal, Real Instituto Elcano, España. Profesor Titular, Universidad de Salamanca, España.
  • Cano Orón, Lorena. Ayudante doctora, Universitat de Valencia, España.
  • Cardenal Izquierdo, Ana Sofía. Profesora titular, Universitat Oberta de Catalunya (UOC), España.
  • Carrillo, Nereida. Profesora asociada, Universidad Autónoma de Barcelona, España. Cofundadora, asociación de educación mediática Learn to Check.
  • Corredoira y Alfonso, Loreto. Profesora titular, Universidad Complutense, España. Jean Monnet Chair (2020-2023). Co-directora del Observatorio Complutense de la Información y Grupo Dir-Politics.
  • Ecker, Ullrich K. H. Catedrático, Universidad de Australia Occidental, Australia.
  • García, David. Catedrático, Universidad de Konstanz, Alemania. Miembro del Compelxity Science Hub Vienna, Austria.
  • González Bailón, Sandra. Catedrática, Universidad de Pensilvania, Estados Unidos.
  • Innerarity, Daniel. Catedrático de Filosofía Política, Ikerbasque, Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV/EHU). Cátedra Inteligencia Artificial y Democracia, Instituto Universitario Europeo de Florencia, Italia.
  • Jiménez Cruz, Clara. Chair, European Fact-Checking Standard Network and International Fact-Checking Network, Europa. Directora, Maldita.es, España.
  • Magallón Rosa, Raúl. Profesor Titular, Universidad Carlos III, España.
  • Majó-Vázquez, Silvia. Investigadora Postdoctoral, Instituto Reuters, Universidad de Oxford., Reino Unido. Profesora adjunta, Universidad Libre de Ámsterdam, Países Bajos.
  • Rosso, Paolo. Catedrático, Universitat Politécnica de València, España.
  • Rubio Núñez, Rafael. Catedrático, Universidad Complutense, España. Co-director, Observatorio Complutense de la Información SN-Disorders.
  • Salaverría, Ramón. Catedrático, Universidad de Navarra, España. Miembro, MSI-RES Committee of Experts on Increasing Resilience of Media, Council of Europe.
  • Wagner, Astrid. Científica Titular, Instituto de Filosofía. Consejo Superior de Investigaciones Científica (CSIC), España. 

Método de elaboración

Los Informes C son documentos breves sobre los temas seleccionados por la Mesa del Congreso que contextualizan y resumen la evidencia científica disponible para el tema de análisis. Además, recogen las áreas de consenso, disenso, las incógnitas y los debates en curso. Su proceso de elaboración se basa en una exhaustiva revisión bibliográfica que se complementa con entrevistas a personal experto y dos rondas de revisión posterior por su parte. La Oficina C colabora con la Dirección de Documentación, Biblioteca y Archivo del Congreso de los Diputados en este proceso.

Para la redacción del presente informe la Oficina C ha referenciado 492 documentos y consultado a un total de 18 personas expertas en la materia. Se trata de un grupo multidisciplinar en el que el 83 % pertenece a las ciencias sociales relaciones internacionales, ciencias políticas, ciencias de la comunicación, sociología, derecho), y el 17 % pertenece a las ciencias físicas e ingeniería (ciencias de la computación, informática, ingeniería de telecomunicaciones). El 56 % trabaja en centros o instituciones españolas mientras que el 44 % está afiliado al menos a una institución en el extranjero.

La Oficina C es la responsable editorial de este informe.

Cómo citar

Oficina de Ciencia y Tecnología del Congreso de los Diputados (Oficina C). Informe C: Desinformación en la era digital. (2023) www.doi.org/10.57952/j3p6-9086

Archivado como

Desinformación en la era digital